Marcelina cumplió 101 años y es un ejemplo de vocación

Un festejo inolvidable. La mujer nació el 31 de marzo del año 1922. Fotos: Inés Cobarrubia.
Un festejo inolvidable. La mujer nació el 31 de marzo del año 1922. Fotos: Inés Cobarrubia.

Fue directora en escuelas de Fortín El Patria y Balde. Siempre tuvo una vida de servicio.


Ayer no fue cualquier día para Marcelina Moyano. Celebró sus 101 años entre abrazos, globos, guirnaldas y el calor de sus seres queridos. La posibilidad o, como dice su familia, “la bendición” de sumar una velita en su torta de cumpleaños configuró un instante fundamental para disfrutar el amor, pero también para dar ejemplo de un camino recorrido con los más preciados valores.

Marcelina es soltera. Nació el 31 de marzo de 1922. Estudió en la Escuela Normal de Maestras “Paula Domínguez de Bazán”, donde se recibió de maestra nacional alrededor del año 1940. Desde entonces, su vida fue dispuesta al servicio de una vocación inquebrantable y pasó por las aulas dejando un legado en cientos de estudiantes.

De acuerdo a lo que comentó su único sobrino, Jorge Monterrosa, Marcelina fue directora de la escuela de Fortín El Patria, en el Departamento Dupuy, al sur de la provincia. Allí se desempeñó por unos veinte años en ese cargo; luego se jubiló con la misma función, pero en la escuela de Balde. “¿Se imagina las distancias, los caminos, los lugares y la escucha?”, se preguntó retóricamente al detallar la vida de su tía.

“En esos años, era realmente hacer Patria. Dejó una huella importante en cada uno de sus alumnos; marcó un rumbo. Cuando voy al sur, que viajo seguido, me preguntan por ella. Siempre trabajó en el interior, con un aporte educativo y social muy fuerte”, añadió.

Según detalló, Marcelina tuvo dos hermanos. Bartolomé y Amalia, la mamá de Jorge. Ambos fallecieron.

“La tía siempre fue muy generosa, solidaria, se mantuvo constantemente con una sonrisa a flor de piel. Su espíritu docente, de acompañamiento, de valores, lo transmitió en todo momento. Nunca dejó de dar su mano a quien la necesitaba; realmente es muy despojada de todo el egoísmo propio del ser humano. La puedo definir como una defensora de los niños y sus derechos. Integró el Club Sanmartiniano muchos años, incluso participó activamente de actos alusivos al Coronel Juan Pascual Pringles y el General San Martín”, expresó Monterrosa. En otras palabras, Marcelina encarna la esencia misma de la puntanidad.

A lo largo de las palabras que brindó para resumir toda una vida, subrayó que Marcelina inculcaba valores como el respeto, la higiene, el lavado de manos y el dar las gracias, entre otros conceptos que actualmente se han perdido en algunos sectores. “Aún quedan casos como el de mi tía, por eso la valoro mucho”, dijo.

Cuando se jubiló, siguió sus días en la capital puntana. Vivía en la calle Caseros. Actualmente, se encuentra en el hogar San Antonio, de la ciudad: llegar a los 101 años implica que el cuerpo no sea el mismo de antes, que demande cuidados muy específicos para su salud y una atención especializada. La decisión no fue fácil, pero sí la más acertada para su bienestar. Su familia está permanentemente presente.

Por lo general, este tipo de acontecimientos se hacen públicos al cumplir el siglo, que ya es un logro bendito. Sin embargo, festejar los 101 tiene un brillo particular.

“Es un orgullo tenerla. Tengo 64 años y es inevitable que me emocione. Fue muy generosa conmigo siempre, me dio todo. Soy docente también y nunca olvido lo que formó en mí. Siempre con los valores, la austeridad, la lealtad, cosas que se proclaman y pregonan, pero que pocas veces se practican. Tengo un agradecimiento enorme por tenerla aún”, manifestó Monterrosa con un quiebre en su voz, que lo obligó a guardar silencio algunos segundos.

Esa alegría por la vida, contenida en sus lágrimas, se bifurcó en un vaivén inolvidable, con un agasajo para ella, lleno de color, agradecimiento, ternura y amor. No faltaron las fotos y las palabras justas. Ya después, en la intimidad de la familia y lejos del lente periodístico, siguió el festejo con una alegría irrepetible.