La tristeza invade los días de Carlos. Con un tono desgarrador, confiesa: "Le pido a Dios que me dé fuerzas para seguir. Tengo ganas de cerrar los ojos y no despertar más.
En la ciudad de Villa Mercedes, la desolación golpea a Carlos Quevedo, un hombre de 55 años que enfrenta una dura realidad. Después de perder por completo la visión, Carlos se vio obligado a abandonar su trabajo y ya no pudo costear un lugar donde vivir junto a sus tres hijos menores. Desde entonces, su hogar se ha convertido en un viejo colectivo estacionado en Sargento Baigorria, entre Juan W. Gez y Juan Llerena, en la ciudad de Villa Mercedes. Con el invierno acechando, Carlos hace un desgarrador llamado en busca de una ayuda que le permita brindar a sus hijos un refugio digno donde enfrentar las bajas temperaturas.
El colectivo, prestado por un amigo llamado Ricardo, se ha convertido en su precaria morada. A pesar de estar desmantelado y en mal estado, Carlos ha logrado acondicionarlo con una mesa, un anafe y una cama para su familia. Sin embargo, la electricidad le es proporcionada por Ricardo, quien gentilmente le pasa un cable desde su casa, y también le brinda acceso a su baño.
La tristeza invade los días de Carlos. Con un tono desgarrador, confiesa: "Le pido a Dios que me dé fuerzas para seguir. Tengo ganas de cerrar los ojos y no despertar más. El sueño se escapa y trato de dormir de nuevo porque no puedo disfrutar nada". En un fatídico accidente en su taller mecánico, una cadena impactó en sus ojos, provocando un desprendimiento de retina que le arrebató la vista.
Carlos clama por asistencia para poder brindar a sus hijos, de 13, 14 y 16 años, un hogar digno. Actualmente, sus hijos residen con su madre en el Barrio El Criollo, pero Carlos no desea que sufran las condiciones extremas del colectivo durante el invierno. "Hoy quisieron quedarse y les dije que no, hace mucho frío. Prefiero soportarlo yo y no ellos, porque son niños", señala con tristeza.
Con una única pensión no contributiva de $35 mil como sustento, Carlos anhela acceder a un plan de vivienda social que le permita pagar su casa como cualquier otra persona. "No quiero que me la regalen, solo deseo pagarla con mi modesto sueldo y después buscar una forma de mejorar la situación de mis hijos", afirma con determinación.
Además de un techo seguro, Carlos requiere abrigos y frazadas para combatir el frío invernal. Lamentablemente, no puede calefaccionar el ambiente debido a la escasa energía que recibe.
La inseguridad también ha golpeado a Carlos, quien hace unas semanas fue víctima de un violento robo. "Me quitaron el celular, me golpearon y patearon mi bastón, perdí mis gafas. Traté de defenderme como pude", relata con angustia, mencionando que su colectivo ha sido objeto de ataques repetidos, con golpes en sus vidrios y chapas.
En su voz se percibe la resignación ante el giro inesperado de los acontecimientos. "Siempre trabajé, dependí de mis brazos y mis piernas, y dije 'nunca voy a depender de un plan'. Hoy las cosas han cambiado, Dios me ha dicho 'las cosas son así como yo digo, no como tú dices'. La vista, lo que realmente quisiera, ya no lo tendré", concluye con pesar.