Javier Valenzuela, un vendedor de plantas de 75 años, camina diariamente desde su casa en el Barrio San Antonio hasta la esquina de Lavalle y Riobamba, en el centro de Villa Mercedes, para vender plantas y hierbas a los vecinos de la zona. Desde hace 30 años, Javier se dedica a esta labor para ganarse la vida.
Con un carrito verde que se une con un enganche a su bicicleta, Javier lleva pencas, cactus y suculentas, así como paquetes de peperina, burrito, cedrón, poleo y otras hierbas digestivas que etiqueta y arma en su casa. También ofrece miel envasada que compra a un conocido.
A pesar de que sus piernas ya no tienen la fuerza suficiente para pedalear, Javier camina junto a su bicicleta porque no tiene el dinero para comprar una moto. Él dice que lo hace con amor y dedicación, sabiendo que tendrá una moneda para el día de hoy y para el día de mañana.
El amor de Javier por las plantas nació en su casa materna en Chile, su país de origen. La gente que lo conoce en Villa Mercedes lo describe como una persona afable y dedicada a su trabajo. Aunque no tiene un vivero, las plantitas que va teniendo las va trayendo consigo.
Javier admite que le cuesta vender y que por eso "las plantitas pasean". Sin embargo, la peperina para el mate es lo que más lleva la gente, según él. La ubicación actual en el centro de Villa Mercedes ha sido positiva para Javier, ya que hay más movimiento y la gente lo conoce.
Javier vive con un hombre al que crió desde pequeño y al que llama "Sánchez". Él lo considera como uno de sus dos hijos, a pesar de que los conoció trabajando. Su otra hija vive en Buenos Aires y hace 10 años que no tiene comunicación con ella.
Llegó a Villa Mercedes en los años 90’ acompañando a una amiga que tenía una enfermedad crónica: “Vine viajando de Buenos Aires para darle una mano a esa señora. Ella me ofreció de venir unos días y después me preguntó si me quería quedar. ‘Voy a probar’, le dije y me vine de Buenos Aires con un bolsito, un pantalón, una remerita y un saquito, nada más”, relató. Y así fue que se quedó.
Javier se quedó en la ciudad porque le gustó el lugar y las oportunidades que encontró para trabajar.
Javier es muy creyente y siempre que puede se acerca a la Iglesia Evangélica para dar gracias a Dios por las oportunidades que le ha brindado. Él sabe que no vende una millonada, pero lo que gana le alcanza para el sustento diario. Para él, cada día es una oportunidad más para seguir adelante gracias a Dios.