Comenzaron a juzgar a un expolicía por abusar de la hija de su pareja

Foto: Martín Gómez
Foto: Martín Gómez

El imputado enfrenta un pedido de pena a 12 años de cárcel. Este lunes, el primer testimonio fue el de la víctima.


Además de haber sufrido un hecho traumático, L.C. vivió una infancia poco feliz. En algún punto de 2007 o 2008, cuando tenía entre 6 y 7 años, la pareja de su mamá, que en ese momento se desempeñaba como policía, abusó de ella en la casa que compartían en calle Europa de la capital. Según contó este lunes ante un tribunal, siempre sintió que su madre no le tenía afecto y eso se tradujo en un estado tal que su padre biológico comenzó a tramitar su tenencia en un juzgado de Familia.

Pero cuando la magistrada ordenó que la niña le fuera restituida a su progenitora, ella estalló y confesó lo que había sufrido en manos de A.O., quien comenzó a ser juzgado con un pedido de pena a 12 años de cárcel.

El testimonio de la víctima, quien hoy tiene 22 años, fue sumamente conmovedor. Fue la primera en pasar por el estrado. Antes, sus abogados, Gustavo Farías y Carolina Cuello, les pidieron a los jueces que el imputado fuera retirado de la sala para que no se cruzara a la joven.

La chica contó que su mamá y el acusado comenzaron una relación cuando ella tenía 6 años y que pasó poco tiempo hasta que el hombre se fue a vivir con ellas, en una propiedad de su abuela materna. También que la violencia no tardó en aparecer, tanto verbal como física, entre la pareja y después para con ella.

Mencionó, entre otras cosas, que su padrastro solía meterle la cabeza en un balde con agua a modo de castigo, por lo que hasta el día de hoy teme a morir ahogada. “A veces me pegaba con el cinto. Mi mamá nunca le dijo que parara”; “Ella nunca tenía tiempo para dedicarme. Llegaba cansada y hacía que él se hiciera cargo, entonces empezó a bañarme, como en una especie de palangana, y me manoseaba. Todo delante de ella, lo del balde también. Ella permitía la violencia”, dijo en llanto, uno que atravesó todo su testimonio.

El delito que llegó a juicio ocurrió cuando ya había nacido uno de sus hermanos, fruto de la relación del imputado con su madre. En ese entonces, contó, el grupo familiar ocupaba una única habitación con una cama matrimonial, una cuna y otra cama en la que dormía ella. No pudo precisar la hora, pero estima que era la madrugada, porque A.O. llegó a la vivienda y su pareja no lo dejó acostarse con ella por una discusión, así que el hombre se metió en su cama y en un momento la violó.

Continúa con 30 testigos: este lunes hubo nueve testimonios, entre ellos los de los papás de la víctima y el de seis profesionales que participaron tanto de las revisaciones médicas como de la entrevista en Cámara Gesell.

A la par, su papá había iniciado un expediente en el juzgado de Familia 2 de San Luis alertado por el peso de su hija, su rendimiento escolar y otros factores, por lo que meses después del abuso se fue a vivir con él. A la edad de 8 años, estimó ayer, una jueza decretó que debía volver con su madre y su miedo fue tal que decidió confesar el ultraje.

Esperanza de Justicia

L.C. volvió a ver a su madre en dos ocasiones, en visitas que formaban parte del régimen que estableció el juzgado. Tampoco tiene recuerdos gratos de esos encuentros, que se interrumpieron y no se reanudaron nunca.

En 2017, cuando tenía 16 años, la carga de lo vivido era tal que debió comenzar tratamiento psicológico. A la par, la recepción de educación sexual la hizo caer en la cuenta, dijo, de lo que realmente le había pasado y decidió reflotar la causa junto a su padre, quien radicó la denuncia por abuso sexual el 24 de mayo de ese año. En diciembre, un juez ordenó la indagatoria de A.O., que se abstuvo de declarar; finalmente, otro magistrado lo procesó en mayo de 2020, sin prisión preventiva, por lo que siempre estuvo libre.

Ayer, el defensor Oficial de Juicio, Esteban Sala, le repreguntó por qué pasados esos años decidió denunciar. “Necesito un cierre. No es justo. Sentí que era un ciclo sin fin”, le respondió. Antes, la fiscal de Juicio Virginia Palacios le consultó algo similar, sobre qué sentía al transitar los pasillos de tribunales desde hace ya 15 años: “No me gusta venir, pero lo que me consuela internamente es pensar que va a ser la última vez. ¿Qué me motiva? Seguir luchando para que se haga justicia y seguir con mi vida, porque es como que yo estuve pagando algo que me hicieron. Me daría un poco de paz que esta persona pague lo que hizo y no vivir con el miedo de encontrármelo en la calle”.